lunes, 18 de junio de 2012

Universidad y ciudadanía



Muchas discusiones se abren actualmente sobre la universidad pública. Si sus carreras son pertinentes, si la docencia y la investigación son compatibles, si las condiciones de precarización de gran parte de los docentes pueden sostener la “excelencia académica”, si la producción científica da cuenta de las necesidades sociales, y tantas otras que hasta sería tedioso enumerar.
Y sería tedioso por la cantidad de temas, pero por sobre todo sería tedioso porque le interesa a poca gente. Y no es porque la gente (el pueblo) sea desaprensivo en relación a los organismos de Estado. Sino porque éste en particular, la universidad, no le es (y nunca le fue) propio, accesible, cercano, por ende muchos menos discutible.

La universidad es problema sólo de los universitarios.

Y aunque se viene trabajando mucho para abrir los candados que ella misma pone, la querida y valorada universidad pública, gratuita y estatal se las arregla para seguir imponiendo sus lógicas endémicas, excluyentes y autolegitimantes.
La vieja canción que hemos entonado todos quienes transitamos experiencias de militancia universitaria, nunca dejó de ser una enunciación de principios, siempre utópicos: universidad de los trabajadores es y fue un horizonte que se sabía, de entrada, inalcanzable.
Y creo que no es casual que los gobiernos representativos universitarios terminen dando cuenta de ese alejamiento entre pueblo y universidad, está en sus mitos fundacionales, en las antiguas y medievales academias. Lo que no se puede negar es que son de verdad representativos, no sólo en un sentido político, sino y principalmente cultural y de clase.
No porque los trabajadores no quieran acceder, tampoco porque la universidad cierre explícitamente sus puertas a “nadie”. Sino, simplemente, porque ambos sectores abdicaron las pretensiones, como consecuencia de reconocerse mutuamente inalcanzables.
¿Hasta cuándo se puede sostener una universidad cuyos mecanismos reproducen lógicas cuasi-feudales, legitimando -amparados en la “autonomía universitaria”- su lejanía del “estar siendo” popular, como diría Kusch? ¿Hasta cuándo se puede ser parte –por acción u omisión- de esos mecanismos que, de no ser por escasas voluntades individuales y comprometidas, reproduciría abiertamente los que Bourdieu llamó “cuarteles de nobleza cultural”?
La verdad es que, como miembro autocrítico de esa “elite” que se graduó en la universidad pública, y luego de haber ejercido la docencia en el mismo ámbito durante 15 años, creo que puedo y debo lanzar estas preguntas nuevamente, esta vez esperando que seamos capaces de dar la discusión en serio. Y no sólo como universitarios, sino como ciudadanos y como pueblo
Y si fuera posible con el pueblo, ya estaríamos dando un paso importante y genuino de apertura. Vamos por eso.